Es otoño, ya era tiempo.
El mal que la pintó cae, se derrite, genera cenizas de sí mismo, esperando ser un fénix, esperando renacer.
El invierno no se lo permitirá: para entonces el verde no va a estar.
Pero...¿el negro también se irá? La estación no lo podrá atrapar, o eso quiere pensar.
Los espejos del río no lo reflejarán, sólo puede verse con profundidad. Entonces trabaja el mar: imposible de conquistar, imposible de descifrar...igual que aquel mal.
En consecuencia, ese color en aquella rosa no se ve, a menos que se conozca a la flor como se debería conocer al mar.
El mar, se desconoce en su totalidad. La flor, se conoce hasta su última perfección...¿Qué hay de los defectos? ¿Se conoce cada uno de ellos?
¿Y sus sentimientos? ¿Acaso se descubrieron?
La flor no deprime su esplendor por la falta de calor, la flor desprende su totalidad por falta de contención.
En otoño su compañía cae, y entonces el invierno avanza. La flor se endurece, y nunca baja la guardia.
Flores de invierno, cerezos cayendo. Y esa rosa azul esperando acompañamiento, termina siendo adorno en un florero: el regalo de un hombre, a su flor personal, una flor formal y sentimental. Una flor en vida y la gemela de esa misma.
Rosa azul y Jazmín, eterna relación de ficción: nunca se sabrá su color a menos que se conozca con claridad su corazón.
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